04 abril 2009

Mal de corazón

Shanik Sánchez


Remedios enfermó y fue a consulta con el doctor de La Guadalupe. Éste le preguntó que qué tenía y ella le dijo que un mal en las venas que no era de várices y un mal en la panza que no era de empacho. Entonces, el doctor la auscultó, le preguntó si ahí le dolía y ella respondió que ahí afuera no, pero sí más adentro. Después, el galeno se puso el estetoscopio en las orejas y escuchó al corazón de Remedios decir que oiga asté señor doitor: aquí le traigo al paciente más enfermo que asté vio y es mi pobre corazón, y como supuso que padecía de una arritmia, le recetó tres píldoras cada seis horas y una tableta cada ocho de aquí hasta que fuera a ver al especialista de Jalapa.
Remedios, pues, se fue a Gutiérrez Zamora a comprar su medicina y aprovechó para ir al mercado a comprar masa para hacer tamales. Regresó al pueblo y, aunque era de noche, hoy la noche está más negra que cuando se perdió el puerco; parece boca de lobo como cuando espanta el muerto, se puso a cortar hojas de plátano y a despepitar chile seco para dejar lista la comida e irse a curar sin pendiente.
Ya en el Hospital General de Jalapa, Remedios encontró que la fila de males cardiacos era muy larga y la de males renales, muy corta, así que se fue a formar a esta última para acortar la espera. Una vez en el consultorio, el urólogo le dijo que tenía muy bien los riñones pero que debía cuidarse del corazón, pues, mientras la revisaba, lo escuchó hablar de que si le puede asté curar quítele esta amarga pena; si no puede, qué más da, lo que duele ya dolió. Viendo en el rostro de Remedios la fatiga del viaje y de las pruebas, la canalizó al cardiólogo en turno para que la examinara. Éste constató que el corazón de Remedios cantaba que hunda entero su puñal; si se muere, que se muera: valía más que muriera de llorar y de llorar por lo que la programó para un electrocardiograma al día siguiente. Habiéndole dicho Remedios desde dónde venía, y que los tamales no iban a alcanzar para mañana, el cardiólogo tuvo la gentileza de practicarle ahí mismo la prueba y, en una tirita de cuadrícula roja, pudo leer las notas de un arpa y una guitarra llora y llora en su oratorio, rayo y trueno la acompañan; la luna se fue al velorio, tal vez regrese mañana, lo que le hizo pensar que Remedios necesitaba un ecocardiograma con carácter de urgente y una prueba por monitoreo.
Con tal de no andarse con idas y vueltas, Remedios llamó a Consuelo, la de la tiendita, que a su vez llamó a Remigio para que le dijera a Amelia que mandara a Rogelio a decirle a su esposo que le hablaba Remedios. Pero como Consuelo no encontrara a Remigio y Remigio no encontrara a Amelia, Remedios decidió dejar el recado de que el corazón le estaba fallando y que debía ir a la capital a practicarse más pruebas, y que le dijeran a su hermana Esperanza que matara una gallina para que tuvieran qué comer.
Remedios se fue a la central camionera y compró un boleto a México Terminal Oriente. El autobús salía en una hora. Para matar el tiempo y el hambre, Remedios se fue a un parque a comer quesadillas, regresó para subir al camión y quedarse dormida.
Al llegar a la ciudad, Remedios vio la hora en una pantalla y descubrió que el amanecer aún tardaría, así que se acomodó en un rincón de la sala de espera y durmió hasta que un policía le dijo que debía marcharse.
En el Centro Médico, Remedios preguntó dónde podían sacarle tales y tales pruebas y alguien le dijo que, antes de venir, debió sacar cita porque así no podían atenderla. Al escuchar la noticia, Remedios sintió un ardor en el pecho y creyó escuchar la voz de su corazón diciéndole que en el viejo callejón ‘onde vivo desde ayer, he escuchado este pregón: “¿Hay algo que componer?”, y de no ser porque un piadoso doctor la viera desfallecer, Remedios no habría entrado al laboratorio ni habría visto nunca los resultados del ecocardiograma en los que claramente se leía que en el viejo callejón ‘onde vivo desde ayer, he escuchado este pregón: “¿Hay algo que componer?”.
El doctor explicó a Remedios que la prueba de monitoreo consistía en cargar, durante veinticuatro horas, una especie de radiecito en el que se grabaría que oiga asté, siñor doitor, por eso le vengo a ver: yo he pensado sin querer en mi roto corazón, pero que no debía preocuparse pues podía pasar la noche en el hospital. Al fin Remedios se sintió desahuciada y le dijo al doctor que muchas gracias, pero debía regresar a freír el pescado que vendería a los turistas mañana. El galeno le hizo ver que eso podía esperar porque lo más importante era su salud. Ella comprendió que debía llamar a Consuelo para que Remigio le dijera a Amelia que enviara a Rogelio a decirle a Esperanza que no friera el robalo ni las mojarras para mejor venderlas crudas a quien quisiera comprarlas.
Pasó la noche Remedios conectada al radiecito y desde el fondo de sus sueños escuchó la voz de su corazón diciéndole que la noche está de luto porque ya se murió el día, que en el último minuto puso fin a su agonía, tras lo cual supo que se estaba muriendo y se llenó de tristeza al pensar que no podría, ya nunca, destripar pescaditos ni descogotar cuiniquitas.
A final de cuentas, Remedios regresó a Riachuelos con el cuerpo tieso de frío por dos días de encierro y uno de viaje. A falta de cura y de boticario, llamaron a la bruja Dolores de La Guadalupe para amortajar el cuerpo y darle sepultura. La bruja Dolores llegó a la casa de Esperanza cargada de hierbas e incienso, y nada más con ver la cara de la difuntita, pensó para sí que no fue el corazón lo que la mató sino un mal de ojo de esos que se curan con aceite de pescado y orines de gallina.

Si el día se muere, ¿qué le espera al que no ría?
Y al que se ría, creo que también le llega el día.
El día se ha muerto... ¡Que viva el día!

1 comentario:

  1. Este cuento está repleto de jocosidad e inteligencia verbal.
    Yo lo celebro quitándome el sombrero, y sonrío lo que es una sorpresa.

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